Cuando tenía 9 años y me daba miedo la oscuridad y temía por cosas que niños a esa edad no suelen temer, me dijeron que escribiera.
Que me ayudaría a pensar en otra cosa.
Que me ayudaría a hacer los miedos pequeños.
Que me inventara historias, que creara mis personajes.
Que era muy creativa, que podía hacer todo lo que imaginara.
Que me ayudaría a explicar mejor lo que sentía.
Que podía expresarles a otros cuánto los quería.
Que podía crear puentes con mis familiares lejanos.
Que podría compartir secretos con mis amigas.
Que podía expresarme... Y que el mundo necesitaba que todos lo hiciéramos.
Cuánta razón tenían y por eso, casi 20 años después, no he dejado de hacerlo.
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